La volatilidad, un concepto de los mercados financieros que conviene conocer
Un reciente Informe Diario de Mercados, que elabora el equipo de Estrategia de Banca March, abría su contenido con una referencia a una ‘volatilidad en mínimos’ en fechas de finales del pasado mes de noviembre. En otros momentos, se ha hablado de volatilidad generalmente asociada a incertidumbres geopolíticas o económicas. En este post explicamos qué es la volatilidad, concepto básico de los mercados financieros que, en sí, no implica siempre una connotación negativa, sino que puede convertirse en una oportunidad.
¿Qué es la volatilidad en los mercados?
El glosario financiero de la web de la CNMV define en su página web el concepto de volatilidad histórica como el que indica el riesgo de un valor en un período determinado, que se establece a través del análisis estadístico de la serie histórica de sus cotizaciones. Se añade en esta definición que “la volatilidad permite evaluar el riesgo: si un valor es muy volátil, es más difícil predecir su comportamiento, por lo que incorpora mayor incertidumbre para el inversor. Por lo tanto, a mayor volatilidad, mayor riesgo”.
Aparte de la volatilidad histórica, podemos hablar de una volatilidad implícita, que se calcularía sobre la base de las expectativas de oscilaciones de precios de un valor en el futuro.
Como se ve en la definición, se asocia volatilidad con riesgo, por lo que en el contexto de las inversiones financieras conviene tener muy claras las implicaciones de optar por un valor volátil, a la hora de considerar dicho riesgo o de aprovechar oportunidades.
La volatilidad, ¿un factor negativo?
Por un lado, la connotación negativa de la volatilidad puede derivarse de una situación de caída brusca de los precios —de un valor en concreto o tendencia global de un mercado financiero—, que genera preocupación entre los inversores y que, en el caso más extremo, puede dar lugar a un pánico generalizado o a un ‘crash’ bursátil. Estos episodios suelen estar vinculados, aparte de alguna crisis de una compañía en particular, a factores externos de geopolítica como la guerra de Ucrania, catástrofes o situaciones como la reciente pandemia, cambios normativos extremos o noticias económicas de alto impacto, como decisiones de bancos centrales sobre política económica o publicación de datos macroeconómicos de países o zonas de referencia para los mercados, como Estados Unidos, China, Japón, Reino Unido o la Unión Europea.
Un ejemplo relativamente reciente lo encontramos en la crisis sanitaria mundial por la pandemia del coronavirus, en 2020. También el proceso de votación y aprobación del Brexit generó una alta volatilidad en los mercados, así como otras decisiones estratégicas de entidades como la OPEP, sobre aumentos o reducciones de la producción para influir en los precios. Más atrás en la historia de los mercados, recordamos la crisis de 1929, el ‘lunes negro’ de 1987, y más próxima en el tiempo, el inicio de la crisis de 2008, sobre todo en Estados Unidos con Lehman Brothers. En todos estos casos ha sido un factor común el desplome de las cotizaciones.
La volatilidad de los mercados como oportunidad
En estos casos referidos, se ha producido una gran caída de precios de los valores de las compañías, y es ahí donde se puede empezar a hablar también de oportunidades o connotaciones positivas de la volatilidad.
Por un lado, un episodio de volatilidad en los mercados puede permitir adquirir a menor precio los títulos de empresas que pueden ser interesantes por su trayectoria y fundamentales, así como por sus expectativas de futuro. Al comprar más barato, la rentabilidad puede ser más alta en caso de venta cuando se recupere la cotización. Además, si se trata de una compañía interesante y con potencial, pueden aumentar las expectativas de retorno de la inversión también a través de beneficios.
En el supuesto de una volatilidad al alza, la subida rápida de una cotización puede proporcionar ganancias en una operación de compra y venta de corto plazo.
En cualquier caso, a pesar de tratarse de una oportunidad, no hay que olvidar el factor riesgo, por lo que cualquier operación en este tipo de contextos debe ser realizada con información y asesoramiento experto a cargo de profesionales o gestores de carteras reconocidos. Conformar una cartera de inversión diversificada y gestionarla de forma activa y ágil también puede ayudar a reducir los posibles efectos negativos de la volatilidad.
¿Cómo se mide la volatilidad?
La volatilidad, en su faceta de valor estadístico, puede ser medida por una serie de indicadores que sirven como referencia a los mercados, a modo de termómetro que mide la temperatura de la incertidumbre o miedos que puedan extenderse entre los inversores y que se trasladan a las cotizaciones.
Uno de los indicadores más seguidos es el que refleja la volatidad del mercado de opciones de Chicago, el VIX (Chicago Board Options Exchange Market Volatility Index). Es un indicador que muestra, a través de un valor numérico, la volatilidad implícita del S&P 500 en los siguientes 30 días. Se considera que cuando ese valor supera los 30 puntos, hay volatilidad alta.
Con una configuración de cálculo similar, aunque basado en el mercado europeo, encontramos el VSTOXX, que mide la volatilidad implícita del mercado de opciones del STOXX 50. A nivel nacional, el índice del mercado español es el Vibex, similar al de otros mercados nacionales como el VDAX (Alemania).
A nivel sectorial, otros ejemplos de medición de la volatilidad son los índices OVX, para el mercado del petróleo, o el GVZ, para el mercado del oro.
Otra herramienta que se suelen usar es el indicador técnico ATR (Average True Range), orientado a anticipar posibles cambios de tendencia.
Como conclusión, podemos destacar que la volatilidad es un factor que conviene conocer y gestionar, para evitar pérdidas o para aprovechar oportunidades, y siempre, por su relación con el riesgo, adecuarla a nuestros objetivos y perfil inversor.